jueves, agosto 03, 2006

Morir en el Líbano y los membrillos bajo el sol

Volví a ver la película “El sol del membrillo”, del director español Víctor Erice. Película o documental, la discusión está abierta, pero sea uno u otro género, lo cierto es que se trata de una obra maestra. La cámara sigue discretamente, durante varios meses, a Antonio López pintando los membrillos del jardín de una casa en reparaciones. Erice no sólo es uno de los cineastas más brillantes de nuestros días, sino un maestro de detalles y silencios, con apenas tres películas en más de veinte años: una verdadera lección de paciencia artística. Poner su mirada en el lento y aparentemente apacible esfuerzo de López por capturar en vivo la belleza de unos sencillos membrillos, termina siendo una lucha entre el artista y la velocidad de lo real. Antonio López es otro maestro de la paciencia artística: también puede tardar años para capturar una belleza tan real que se convierte en turbadora por esa pátina de tiempo. Falsa quietud de un realismo que no lo es: sus figuras tiemblan porque concentran acumulación de tiempo. López empieza el 29 de septiempre de 1990 un óleo donde quiere retratar los membrillos a la luz del sol. Pasan los días y se da cuenta que no puede. Es otoño y la luz directa del sol sólo cae dos horas al día sobre los membrillos. Esta fugacidad del sol otoñal modifica su proyecto. López abandona el óleo y empieza un dibujo. Pero el reto no termina: los membrillos maduran, se empiezan a inclinar por su peso: el modelo se mueve, la vida avanza. Aquí se produce el clímax de la película. Y la reticencia de López es el testimonio de ese desfase artístico frente a lo real.

Volví a ver “El sol del membrillo” a partir de la agresión desmedida de Israel en la franja de Gaza para recuperar a un soldado israelí. ¿Qué tiene que ver esta película con el conflicto en el Mashreq, qué vincula la aparentemente apacible cotidianidad del pintor con una guerra remota? La respuesta es simple: una radio. Mientras López pinta en la calma del jardín, tiene puesta una radio Panasonic en la que de pronto irrumpen los noticieros de Radio Nacional de España. Una tarde, cuando empieza a anochecer, López recoge sus bártulos y se escucha la radio, que dice (es 1990): “La Liga Árabe pidió ayer al Consejo de Seguridad de la ONU medidas que aseguren la protección de los palestinos en los territorios ocupados... El lunes el ejército israelí mató a 21 palestinos e hirió a cerca de 200”. El contexto histórico es el prebélico a la guerra del Golfo, en el que una coalición internacional terminó defendiendo a Kuwait de la invasión iraquí dirigida por Saddam Hussein. Esa pequeña radio estaba allí, en el taller abierto de López, trayendo noticias de un exterior remoto, como para señalar que incluso en el retiro del artista, en su propio combate interior, no se puede prescindir de lo que ocurre en el mundo. Y tanto como los membrillos, tan simples como deslumbrantes, esa radio al lado de López tiene parte de la belleza cruel de nuestro tiempo.

Han pasado dieciséis años desde entonces y todo parece seguir igual. Espero que ese arbolito de membrillos, que el arte del pintor ensalzó, siga dando más frutos, otros distintos a los que ya son polvo y que sobreviven en los dos cuadros de López. Y la radio, quizá ahora deteriorada, habrá sido reemplazada por otra que también sigue dando sus frutos sangrientos con las noticias políticas. Cómo han cambiado esos frutos y, sin embargo, cómo siguen iguales. ¿Qué pintar de ellos como si fueran los modelos de nuestro tiempo? ¿Qué decir ahora de la zona de conflicto a la que aludían las noticias de esa radio?

Por una parte hay que destacar la prepotencia de los bandos implicados en esta guerra. Los terroristas suicidas de Hamas entran entre grupos de civiles israelíes y se revientan con explosivos masacrando a decenas de inocentes, versión exacerbada de Netchaiev en el siglo XXI. Y las medidas que toma el gobierno israelí frente a los palestinos, en la que la masacre también es de civiles, se justifica con razones de defensa. Ambos culpables, iguales en rango de prepotencia si queremos mantener una idea de orden que no se resuelva en una postura rápida de simple condenación.

Ahora los ataques con misiles al norte de Israel llevados a cabo por la milicia chií de Hezbollah desde el 12 de julio no parecen una operación improvisada. Tampoco improvisada, pero sobretodo devastadora y prepotente, ha sido la respuesta israelí, que no sólo se defendió de estos ataques puntuales, sino que decidió, con la mayor impunidad, extender su respuesta destruyendo zonas ubicadas mucho más al norte, dejando en escombros una Beirut que se estaba recuperando los últimos años, e incluso zonas más al norte, como Baalbek, a lo que hay que sumar las operaciones puntuales de infiltraciones de escuadrones de élite, en helicóptero, en varias ciudades libanesas. Es imposible pedir mesura en una situación bélica de este tipo a las partes implicadas, por una parte agobiada por la marginación y, por otra, la israelí, temerosa de perder su fuerza valiéndose, precisamente, de una demostración de gran fuerza, como ya lo han demostrado los bombardeos, la muerte de más de 700 personas en el Líbano y el éxodo multinacional que ha provocado en en este país.

Recuerdo que hace más de una semana, cuando llegaron las primeras noticias de destrucción de Beirut, estuve comiendo en un pequeño bar-restaurante libanés de Barcelona, a dos calles de mi casa. He ido pocas veces y, por lo general, me pido un shawarma en la barra. Apenas he conversado con quienes lo atienden, una simpática familia libanesa. Pero en esa ocasión, me llamó la atención ver que en la televisión pasaban noticias de un canal árabe. Pregunté a la dueña si era Al-Yazira. Tímidamente, bajando los ojos, me dijo que no, que era Al Manar. Al Manar es el canal de televisión de Hezbollah. No quise seguir preguntando ante la timidez de la mujer, mientras veía en la televisión cómo se encendía un debate que no podía entender porque hablaban en árabe. En eso, entró un español y de entrada le preguntó a la mujer si tenía noticias de su marido y sus hijos. La mujer volvió a bajar la mirada mientras le respondía que estaban saliendo del Líbano por el norte. Casi se pone a llorar. Sólo entonces entendí. Al Manar era la única posibilidad que tenía la mujer de enterarse de lo que ocurría en su país, a pesar de tratarse de una emisora de Hezbollah. No pude hacer otra cosa que recordar Guayaquil, mi ciudad natal, donde conocí a tantos libaneses, empresarios y artistas, gente trabajadora que ha participado activamente en la vida de este puerto. Recordé a una amiga guayaquileña de origen libanés, Nathalie Elghoul, bailarina, que me contaba de una pieza de danza que ella interpretaba, vinculada a la frontera del sur del Líbano, que se titulaba “Fátima Gate”. Recordé todo esto y no podía ver a mis amigos pero algo de ellos había en el silencio de aquella mujer que trabajaba silenciosamente en aquel restaurante.

Desde entonces no han dejado de aparecer artículos y polémicas en torno al conflicto. La que más me resultó llamativa fue la ocurrida en España, al declarar el presidente Rodríguez Zapatero, en una de las pocas declaraciones europeas de crítica a Israel, que los ataques al Líbano habían sido “desproporcionados”. En el escenario político español, en el que Zapatero no hace declaraciones o toma decisiones para contemporizar con Estados Unidos sino para dar voz a lo que efectivamente piensa la mayoría de españoles, esto tuvo varias consecuencias. El secretario del PSOE, José Blanco, continuó esta línea de crítica y afirmó que los bombardeos a Israel tenían objetivos civiles. Esta es una precisión compleja, porque el argumento, hasta cierto punto real, es que Hezbollah, al igual que los palestinos de Hamas, usan a mujeres y niños como escudo humano, aunque es un argumento que se desarma cuando se justifica con eso ataques indiscriminados. La pregunta debería ser: ¿para qué bombardear Beirut y Baalbek, tan al norte de la frontera? ¿Para que destruir las infraestructuras de un país que las ha ido reconstruyendo poco a poco y que benefician a una población que no es en su mayoría simpatizante de Hezbollah? Se trata de una exagerada demostración de fuerza de Israel para intimidar a Hezbollah y que, en la crítica de Blanco, contenía una dosis de verdad que quiere abrir los ojos ante la cínica justificación de los “daños colaterales”. Porque, en efecto, es incuestionable que los objetivos civiles de Israel superan con mucho las puntuales búsquedas de miembros de Hezbollah (de los civiles muertos en el Líbano, 200 eran niños). Como era de esperarse, el embajador de Israel, Víctor Harel, pidió una “rectificación” y el gobierno de Zapatero hizo lo que la diplomacia israelí denominó una “matización”. Harel insistió y llegó a pedir en unas declaraciones reproducidas por la agencia EFE el 25 de julio, y aquí es donde me quiero detener, que se hiciera mucho más por parte del gobierno español para que “esto sea realmente borrado del léxico político en estos momentos”. Hay que detenerse en el verbo “borrar”. Cuánta pretensión hay aquí, y que resonancias tiene. Me recuerda las observaciones de Milan Kundera con la pretensión del gobierno comunista checo de “borrar” ciertas figuras del pasado. Pues no, no se pueden borrar ciertas palabras porque, en efecto, su resonancia siempre tiene una posibilidad crítica, incluida la recapacitación. Pero esto es previsible en un embajador del país implicado. Más graves me han parecido otras reacciones. Las declaraciones de Zapatero han tenido más consecuencias que las diplomáticas de Israel y retratan a su manera las manos atadas del orden mundial, la triste inoperancia a la que está sometida las Naciones Unidas por parte de Estados Unidos, y el siempre tibio segundo plano de la Unión Europea. De allí que la voz de Zapatero sea una excepción. Parte de esta tibieza europea se percibe en el discurso de la prensa. Por ejemplo, en España, La Vanguardia ha sido adalid en difundir con excelente firmas, como la del periodista Robert Fisk, un punto de vista no sometido a la perspectiva israelí. El 26 de julio, la periodista Cristina Sen, incluía un artículo titulado “Zapatero se justifica y afrma que debe denunciar a Israel para evitar otro Iraq”. Correcta visión de la postura de Zapatero. Pero la realidad de los intereses europeos, que mantiene a muchos gobiernos paralizados, en cambio, estaba en el artículo editorial de ese mismo día, que hablaba, ya en su titular de un “Error de Zapatero”. Y la vergüenza está en el argumento que se da en el primer párrafo: “Se equivoca (Zapatero) al colocar la política exterior de un país que podría formar parte, hoy mismo, del G-8, a remolque de una retórica antiisraelí discutible y escasamente inteligente, aunque posiblemente efectista a corto plazo”. Qué evidencia escrita del asunto de los intereses económicos, y que ridículo pensar que un demócrata como Zapatero apoya la ciertamente discutible retórica antiisraelí. Advertir de una desmesura que ha cometido Israel (al igual que las desmesuras de los misiles lanzados por Hezbolah al territorio israelí) violando las convenciones internacionales y apelando a una intervención de las Naciones Unidas, advertirlo, pregunto, ¿es un error? Más que un error, me parece la única actitud honesta de un estadista como Zapatero en este horror mundial de indiferencia, en la que se quiere ubicar a todo el mundo como portavoz de alguno de los dos bandos en conflicto. O algo peor, al silencio, a la intimidación para quedarse en silencio y no correr el riesgo de las malinterpretaciones, en la que cualquier palabra o declaración caerá. Pues hay que correr ese riesgo de ser malinterpretado, pero no callar. Por suerte Prodi, en Italia, Chirac y el gobierno finlandés se han ido sumando a la crítica de Zapatero.
Hay que seguir matizando sobre el lenguaje. Ya es un tópico que la imagen que se tiene (o se tenía, al menos luego de la barbarie cometida en Beirut por los bombardeos israelíes) es que Israel está del lado de la civilización y los demás, los árabes (triste generalización para denominar a los palestinos, libaneses, sirios, iraquíes e iraníes), son los bárbaros. En la visita que hizo Condoleeza Rice a Israel el 25 de julio declaró: “Hay que terminar con la violencia, nuestro corazón está con el pueblo israelí, que sufre ataques terroristas y misiles; estos medios no son aceptables en una sociedad culta”. No puedo menos que sentir espanto. ¿Beirut no es una socieda culta? Verdadero centro cultural del mundo árabe, ha sido la ciudad del más grande poeta árabe vivo, Adonis, verdadero puente entre la cultura europea y la árabe, entre muchos otros. ¿Beirut, un centro editorial e irradiador de cultura, es el bárbaro que lanza misiles? No, son los terroristas de Hezbolah y no el pueblo libanés. ¿No son acaso Israel y Estados Unidos los bárbaros que lanzan misiles y bombardean sin piedad? ¿No es bárbaro acaso que en las encuestas en Israel la mayor parte de la población considere necesario “matar” a Hasan Nasrallah, el líder de Hezbollah? ¿Es que ya ha desaparecido el concepto de “criminal de guerra”?

Y todo esto, ¿para qué? O mejor dicho ¿qué consecuencia nos revela además de ratificar la escalada de una barbarie que ya parece incontrolable? Nos revela la impunidad. Ese gran horror que está ahora sí “borrando” todas las instituciones y acuerdos que el mundo había configurado a punta de dolor, y entre ellas, la mayor pérdida, la desaparición política de las Naciones Unidas. Cuando murieron los cuatro observadores de la ONU en Khiam, al sur del Líbano, en un bombardeo de Israel, avisado más de diez veces por la ONU de que estaban allí los observadores, algo más empezó a morir. ¿Tendremos que aliarnos, en declaraciones o en silencio, a estos dos bandos que lideran por una parte Estados Unidos, Israel y la gran inercia europea, o, por otro, al bando también terrorífico, a pesar de sus diferencias de objetivos políticos, del fanatismo de Hezbollah, Hamas, Al Qaeda, o la retórica exaltada del presidente iraní, Ahmadineyad, que quiere también hacer otro “borrón”, esta vez de Israel? ¿Tendremos que optar, seguir callados o incluso cada vez hablando más bajo en murmullos como los del secretario de la ONU, Kofi Annan? ¿Debemos olvidar, por la criterio de jerarquía de los medios y la actualidad, los 200 muertos en los atentados en Bombay? Ese silencio –ejemplificado en el fracaso del reciente cónclave político de Roma- es el que termina en atroces conclusiones, en bárbaras inferencias como la del ministro de Justicia israelí, Haim Ramon: “Hemos recibido la autorización del mundo para continuar las operaciones, es decir, la guerra hasta erradicar a Hezbolá”. No tienen ninguna autorización del mundo. O mejor dicho, como tendremos que volver a decirlo, no al menos en mi nombre. De allí la importancia de reaccionar desautorizando el uso unilateral de la fuerza, para evitar declaraciones como la de Haim Ramon.

Ante la prepotencia de Estados Unidos, ¿se caerá en el tentador y triste aprendizaje de la resistencia tal como la maneja el discurso fundamentalista de Al Qaeda? Espero que no. Pero me inquieta, aunque todo esto parezca ocurrir lejos, que realmente no esté ocurriendo nada lejos, que está aquí, y que incluso América Latina debe tomar voz. Porque me preocupa que la solución a la prepotencia descaradamente antidemocrática de los Estados Unidos siga madurando en la vía del populismo mesiánico y en los fantasmas de un mundo en blanco y negro. Y más preocupante todavía cuando abrimos la prensa, y al margen de tantas noticias de la guerra, nos enteramos que Hugo Chávez llega el 28 de julio a Irán para una visita de tres días en la que recibirá una alta condecoración de la República Islámica. Pocos días atrás, Chávez estuvo visitando con Fidel Castro la casa del Che Guevara en Argentina, y poco después Chávez no quiso asistir a la toma de posesión del presidente Alan García, elegido democráticamente por los peruanos. Alan García tendrá mucho que demostrar en esta segunda oportunidad que le dan los peruanos, pero que Chávez no haya asistido a la toma de posesión democrática porque no ganó su pupilo, Ollanta Humala, es mala señal de los tiempos que le esperan a América Latina con nuevas figuras mesiánicas de corte populista. Chávez declaró en Irán, junto a Ahmadineyah: “Salvemos al mundo”. Es cierto que también declaró: “Lo que hace Israel es terrorismo”. Triste verdad en boca de un demagogo que resuelve retóricamente, en blanco y negro, la crítica a la barbarie con una nueva forma de barbarie verbal. Y el viaje de Chávez continuó a Vietnam, y todavía hay que esperar más destinos de este embajador de sí mismo que enarbola el nombre de Bolívar por el mundo y de todo lo que sirva para perpetuarse a sí mismo.
¿Son estos los dos únicos caminos? ¿Hemos de renunciar a los mecanismos de consenso internacional y dejar que siga agonizando las Naciones Unidas hasta convertirla en una escuadrilla atada de manos por los Estados Unidos? ¿Tendremos que resignarnos a tener por alternativa “crítica” a figuras como Hugo Chávez, Ahmadineyah o los terroristas de Hamas, Al Qaeda o Hezbollah, cada uno con coordenadas específicas que no se pueden englobar en una misma categoría?
Ninguno de los dos. Porque el mayor peligro es resumirlo todo en dicotomías. Hay una escala de matices que no se pueden perder de vista y hay que estar alerta para evidenciarlas siempre.

Quisiera volver a Antonio López pintando los membrillos en el jardín. Los membrillos maduraban rápidamente, empezaban a moverse por su peso, y el pintor tenía que atrapar ese brillo fugaz en movimiento. Podía haber utilizado luz artificial, podía abstraerse de los membrillos concretos, pero no quería. Todo arte es una transformación, y él la vivía a su manera, un paso más cerca de lo que quería captar de la realidad de sus modelos en la realidad de la percepción del mismo López. Su lucha no era contra el detalle realista, sino contra la imposición del tiempo de lo real. Necesitaba detener el tiempo y lograr esa atmósfera peculiar suya, tan afantasmada, que sabotea el simplismo realista. Junto a él, acompañándolo en ese homenaje a la vida y al arte en sus territorios compartidos, dejaba entrar las noticias de una radio que acentuaba ese desfase entre el individuo y el mundo, porque el mundo va siempre más rápido que un hombre solo. Antonio López, ese hombre solo, pintaba el paso del mundo en unos delicados membrillos. Pero no sólo los veía. También escuchaba. Así como también Erice nos dejaba escuchar esa radio en su película. Sigamos pintando o escribiendo, pero no dejemos de escuchar, que se están diciendo más cosas de las que creemos. Una mínima voz en ese marco resonará de otra manera, sin perder la intensidad de los membrillos al sol.


Posdata: el 30 de julio un bombardeo nocturno sobre el pueblo de Qana, en el sur del Líbano, provoca la muerte de casi 60 personas, de los cuales 27 eran niños. El gobierno israelí declara una tregua de 48 horas.
Pd 2: 31 de julio. El ejército israelí no cumple la tregua y continúa los bombardeos.
Pd 3: Hezbollah sigue lanzando decenas de misiles sobre Israel.

miércoles, agosto 02, 2006

La obra de arte en la era de la clonación


¿A partir de qué momento es posible hablar de una obra como un conjunto de libros con sentido unitario y progresivo? Juan Rulfo sólo publicó un libro de cuentos y una novela y se trata de una obra férreamente vinculada por la coherencia de su visión y por el progreso de su técnica narrativa. Otros autores pueden publicar decenas de libros y no conseguir ese trayecto consecuente de la noción de obra. Tal trayecto implica progresiones, desarrollos anunciados en las novelas previas, ratificaciones o desvíos de una línea de exploración y, como parte dramática del juego, involuciones.

Si tuviera que señalar dos momentos de notable evolución en la trayectoria de Kazuo Ishiguro señalaría su tercera y cuarta novela: Los restos del día (1989) y Los inconsolables (1995). La primera porque armoniza los recursos digresivos de la memoria que exhaustivamente había creado Ishiguro para sus narradores anteriores –todas sus novelas tienen un narrador protagonista-, y también porque se trata de una provocación paródica. Ishiguro, autor nacido en Japón en 1954 pero radicado desde los seis años en Inglaterra, había escrito dos primeras novelas con temática nipona que despertaron la curiosidad por parte de los lectores occidentales, ávidos de información exótica que confirme sus propios prejuicios. Con Los restos del día se produce un giro hacia una temática inglesa tópica, aunque apropiada con un enfoque original, como la de un mayordomo en la primera mitad del siglo XX y la ambigüedad de alguien responsable frente a su oficio pero no ante su época, todo un conflicto entre las esferas privada y pública. El giro resultó exitoso: la obra de Ishiguro se dio a conocer mundialmente y su novela, que daba todas las facilidades realistas, fue adaptada al cine en una combinación mediática de muchos réditos. Paradójicamente, esto llevó a Ishiguro, de manera también provocadora, y también honesta consigo mismo, a su segundo momento de evolución o, mejor dicho, revolución: Los inconsolables. Novela anticonvencional, antirealista y, por lo mismo, anticomercial, creo que se trata de una de las mayores novelas de la última década del siglo pasado. Para lograr la evolución de su obra Ishiguro apostó por retar a los lectores que habían quedado fascinados por un refinado estilo realista. Planteado tal escenario de exploración radical que lo afianzaba como un “autor de obra”, quedaba por ver lo que ocurriría con sus siguientes novelas. ¿Daría un paso más arriesgado? ¿Es posible esto para un autor insertado en una gran operación literaria como los Young British Novelists, operación también marcadamente editorial?

Aquí es donde el término evolución se matiza con la involución y nos permite comprender que el sistema literario que catapulta también puede ser una valla de contención porque las prebendas terminan generando servidumbres. Su quinta novela, Cuando fuimos huérfanos, volvía a las temáticas inglesas históricas ambientadas en la primera mitad del siglo XX. El recurso antirealista quedaba relegado a ciertos momentos, más bien secundarios, e incluso diría que rozaba el folletín en las peripecias del detective Christopher Banks trasladándose a un Shangai en guerra para buscar los rastros de su madre y perderse en un campo de batalla extrañamente surreal. Las ediciones inglesas de Faber&Faber -editorial de toda la obra de Ishiguro- de esta novela y de la siguiente, Nunca me abandones, no aludieron en sus portadas al tour de force de Los inconsolables. Ishiguro “volvía” a ser el autor de la exitosa Los restos del día. Ahora, con su sexta novela, Nunca me abandones (Anagrama, 2005), se ha dado un paso más, pero a la inversa, en el retorno a las temáticas sensacionales y los tratamientos narrativos que puedan garantizar la recuperación del público perdido en el riesgo literario de Los inconsolables.

Nunca me abandones es la historia de un grupo de jóvenes educado en un peculiar instituto, Hailsham, y que morirán al término de su juventud porque tienen un papel asignado a sus vidas: son clones dispuestos como donantes para una invisible red científica. Los temas, por supuesto, no son la clave relevante de una obra literaria. Lo es la articulación con una forma idónea. En este sentido Ishiguro sigue sosteniendo un gran talento: Nunca me abandones funciona perfectamente como novela, y la melancolía ishiguriana alcanza su cota más alta en una historia de absoluto desconsuelo. La narración de la protagonista, Kathy H., de los años en el instituto Hailsham, de su aprendizaje posterior en las “Cottages” para ser “cuidadora” de otros donantes como ella, y la etapa final de su servicio, articulado en torno a un triángulo amoroso frustrado, es realmente conmovedor. No tanto por el gradual descubrimiento de la atrocidad cometida con seres que teniendo conciencia de sí mismos asumen sin asombro su condición de clones, sino por el deseo de vivir que no pueden cumplir como quisieran porque unos oscuros designios –la manipulación genética y la sociedad que la desarrolla- ya les ha asignado un papel y un tiempo de vida reducido frente al de la humanidad corriente. Para ellos es dramáticamente corta. La lectura es doble respecto al determinismo social: la historia de Kathy H. puede ser la historia de una juventud en una sociedad donde los roles condenan cualquier salida individual. Que una obra se convierta rápidamente en una metáfora inequívoca tiene una ventaja para su recepción pero señala el riesgo de sus limitaciones. Con razón decía Cioran que las obras que se pueden definir son esencialmente perecederas y que las que viven lo hacen por los malentendidos que suscitan.
Como dijimos, los temas no bastan sobre todo si se tienen presentes los títulos anteriores de Ishiguro y sus logros formales. Nunca me abandones responde a las líneas de la novela de formación o bildungsroman, precisamente en su condición lineal. La historia es progresiva, ordenada, a pesar de pequeños giros retrospectivos en comparación con los sofisticados bucles de memoria y evocación de Los restos del día y de las trasgresiones antirrealistas de Los inconsolables. Los narradores de Ishiguro, siempre protagonistas de la historia en curso, pasan, de una obra a otra, de una dinámica de contraste entre el pasado y el presente, a una dinámica de acción. Por este paso precisamente pierden la sutileza de los pliegues y ambiguedades de la memoria como forma de conocimiento y como aparato de evaluación ética. Esto se refleja de forma señalada en el estilo. La historia de Kathy H. no tiene esa ambigüedad de los narradores anteriores que los hacía víctimas y culpables al mismo tiempo, sugiriendo al lector un ejercicio de sutilezas para detectar la fiabilidad de quien cuenta la historia. Kathy H. y el resto de los donantes son directamente víctimas de un destino no elegido. De manera que al lector no le queda mucho por elaborar: en Nunca me abandones lo que tenemos es más el relato de un sufrimiento y no tanto el de una configuración ética o cognitiva, problemática, de la conciencia del narrador protagonista, que es lo mismo que decir la riqueza de la obra de Ishiguro. Esa incertidumbre que dejaban resonando las novelas anteriores luego de leerlas –verdadero campo de acción de la lectura de novelas y de toda obra artística que se sigue desarrollando en el recuerdo- aquí desaparece. Lo que queda es una historia sorprendente, pero sin más. Es decir, queda un tema: el sufrimiento existencial de los clones. ¿Es suficiente? Para un tipo de lector sí, precisamente aquel a quien le preocupan los conflictos de la manipulación genética y al que está novela responde bien. Pero para un lector que busca algo más que el tema, y todavía más para quien haya conocido los logros anteriores de Ishiguro, suena a poco. Quedan restos en Nunca me abandones de la destreza narrativa de Ishiguro, pero, valga la comparación, parecen versiones descremadas de un arte narrativo que está cumpliendo un momento involutivo. Confiemos que estos rodeos, propios del campo de fuerza al que se somete Ishiguro de manera ejemplar, sirvan para abrir nuevos caminos donde quizá se pierda éxito masivo pero para lograr éxitos durables que nos lancen a la perplejidad y al cuestionamiento de toda gran literatura. Una vía intermedia logra, sí, una media mayor de lectores, pero pierde fuerza sobre todo en la trayectoria de un autor que, como pocos, ha sabido asumir retos en una época de pocos riesgos literarios desde dentro de los grandes circuitos editoriales.


Cuadernos Hispanoamericanos (España), julio-agosto 2006