jueves, diciembre 01, 2005

Saltar las fronteras

Qué siglo de fronteras fue el pasado, cuántas se han roto en este, cuántas inesperadas aparecen. En medio de estos derrumbes y emplazamientos, la literatura es testigo de cargo. Malcolm Bradbury señalaba en su libro Peligrosos peregrinajes un rasgo esencial de la literatura inglesa y la norteamericana: el navegar permanente de sus escritores entre Europa y América. Los escritores de lengua inglesa han salido de sus fronteras con una ambición por narrar otros territorios. Como si allá, lejos de casa, hubiera otra aventura que está a la espera: seguir el rastro de un mundo que por ser tan móvil quiere controlar el paso libre y trashumante de los hombres.
La literatura nunca ha estado más cercana a la vida que con esos pioneros de la errancia. Buscaban el futuro en un territorio presente ubicado en otro sitio. Cuánto movimiento errante también en la literatura ecuatoriana: los éxotas de Ángel F. Rojas, los desarraigados de Vásconez, los emigrados de Telmo Herrera, los cosmopolitas de Gabriela Alemán. El gran movimiento de diáspora de la literatura ecuatoriana escrita en el extranjero de las últimas décadas se abordó en el IX Encuentro de literatura de Cuenca (Ecuador), celebrado a lo largo de la semana pasada. ¿Qué implica este fenómeno denominado “desterritorialización”.
En un primer momento, estos movimientos trasnacionales despiertan la sospecha de los lectores sedentarios que temen por instinto afrontar la novedad de lo desconocido. Período más o menos largo de discusión, termina por ceder una vez que surgen nuevos lectores que se identifican con esta nueva dinámica. Pero el verdadero movimiento viene a continuación, cuando el fenómeno se normaliza y entonces las lecturas ya no giran en torno a la sorpresa de las novedades sino en lo que específicamente ofrecen de literario tales propuestas. Aquí es cuando se produce el aporte: una destreza para dialogar de manera cada vez más intensa con el mundo. En el caso de los grandes países colonialistas como Inglaterra o Francia, su diáspora literaria constataba la nostalgia de la pérdida y el desastre de su paso. Pero ha sido y es en los pequeños países sin imperio donde el beneficio resulta notable. Se fundan los nuevos imperios de la imaginación. Polonia, Bulgaria, Sudáfrica, Siria, Nicaragua, Marruecos, Hungría tienen escritores que abiertos al mundo han dado los mejores escritores de las últimas décadas. Todorov, saliendo desde Bulgaria, Monterroso fuera de Guatemala, o Zagajewski desplazándose dentro y fuera de su Polonia natal, han dado el testimonio más deslumbrante sobre las ventajas literarias de su destierro.
Zagajewski, de paso por Barcelona en estos días para presentar su reciente libro de ensayos, En defensa del fervor, argüía sobre los beneficios de contar con distintos puntos de mira para abarcar el mundo. Desde su pequeña Liov hasta Cracovia, desde París a Houston, el gran poeta polaco explica que este movimiento submarino, es decir, no visible, que llevamos por la vida al contar con otros países y ciudades, le permite sacar un periscopio para mirar de manera panorámica un mundo que exige mil ojos para comprender su compleja dinámica. Porque en la diáspora, al saltar fronteras, los ojos se abren con fervor al vasto mundo que siempre nos compete, descubren nuevos caminos y, sobre todo, reconocen cómo eran efectivamente los que habían recorrido.

El Comercio, 27 de noviembre de 2005

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