martes, diciembre 07, 2010

Jorge Semprún y los soles compartidos















Por su manera de enfrentarse a crisis creativas y personales destaco a dos escritores españoles contemporáneos: Juan Goytisolo y Jorge Semprún. A Goytisolo llegué temprano. Su vinculación con varios autores del boom latinoamericano, su admiración por Lezama Lima, la compleja articulación de sus novelas y la riqueza de su escritura en castellano, lo acercaban. A Semprún llegué mucho más tarde. Esto, por supuesto, tenía una explicación: no era un autor que la intelligentsia latinoamericana de izquierda pusiera al alcance. Semprún, con un amplio pasado en el Partido Comunista español, se atrevió a realizar en su libro Autobiografía de Federico Sánchez un retrato fino y despiadado de Fidel Castro. Pero el atrevimiento, en realidad, fue mayor, en clave europea, porque criticaba a fondo a los históricos líderes comunistas Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. Semprún hablaba con conocimiento de causa: él mismo había sido un fervoroso comunista hasta que descubrió los peligrosos silencios del fervor.

Casi toda la obra de Semprún está escrita en francés y por sus temáticas –la experiencia de los campos de concentración y la posguerra– ha sido considerado el más europeo de los escritores españoles. Una señal de su raigambre europeísta es que las primeras biografías suyas han sido escritas al francés por Gérard de Cortanze y al alemán por Franziska Augstein, esta última publicada en 2008 y recientemente traducida al español, en la editorial Tusquets, como “Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo”.

La vida de Semprún, su manera sinuosa de contarla en libros que funden y confunden biografía y ficción, lo ubica en el centro de la agitación política europea del siglo XX. Prisionero en Buchenwald, agente clandestino en la Europa de la Guerra Fría y agitador comunista en la España franquista, Semprún hace de su escritura un nexo con el pensamiento y la obra de Levinas, Gide, Faulkner y César Vallejo. Guionista para Alan Resnais o Costa Gravas, amigo de Yves Montand o Robert Antelme, parecería que Semprún ha estado en el centro del torbellino político cultural. No lo parece: realmente lo estuvo. Su obra es un rondar paulatino y cauteloso a la narración difícil y elusiva de su experiencia en el campo de concentración y el totalitarismo, pero también es el intento de sobrevivir por escrito a todos los vaivenes de su desarraigo. Franziska Augstein revela sus contradicciones y lo que el escritor calla en sus novelas que parecían exhaustivas memorias. Semprún fabula a partir de lo real y esta quizá sea la experiencia más radical cuando lo real es inefable. En realidad, a Semprún le interesa la pérdida y el dolor, aunque sus ambientes sean europeos. Sin embargo, en sus novelas reaparece, de vez en cuando, una revelación que me sacude: menciona a Guayaquil. Allá, en la década del setenta, decía Semprún, en la remota Guayaquil, tuvo una gran pérdida: su amigo Domingo Dominguín se suicidó en el puerto ecuatoriano. Semprún se preguntaba si algún día visitaría Guayaquil. No sé si lo ha hecho. Hay un centro no narrable al que, por suerte, sigue rondando con su escritura. Guayaquil no le resulta ajena: cabe dentro de sus soles compartidos.

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1 comentarios:

Blogger Renata Bomfim ha dicho...

hola, amigo, estamos todos em estado de errancia, em constantes metamorfoses, por bússola, a literatura, mesmo que a aagulha dela seja curva
bessos
Renata Bomfim
Brasil

28 de diciembre de 2010, 12:58  

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