domingo, septiembre 23, 2007

Bogotá 39 o la fiesta del lector

(La versión en La Revista de El Universo modificó el título original y acortó algunas oraciones. Va la versión completa)



Bogotá 39 fue una antología que empezó como un problema literario y terminó en fiesta para los lectores colombianos. Quedan ahora una serie de títulos de libros y documentos sobre los autores elegidos. El número de la revista Pie de página –que se puede consultar en internet– es una muestra sugerente de reflexiones sobre la escritura de los 39, además de la antología de cuentos que compiló Ediciones B de Colombia.
B39 también fue una avalancha de prensa donde la pregunta recurrente fue cómo se escribe después del Boom y, para los autores colombianos, cómo escribir después de García Márquez. No sé si era necesario que ellos respondieran porque sus propias obras daban cuenta: se puede escribir, y cómo, después de García Márquez. Y en el caso de Ecuador, la pregunta quizá fue más dramática todavía: cómo se escribe sin contar con una figura en el Boom. No necesito extenderme demasiado para señalar que estas preguntas son y seguirán siendo el tópico mediático sobre la literatura latinoamericana. Espero que no por mucho tiempo, pero posiblemente me equivoco.
Quizá la pregunta más insistente fue: ¿A dónde va la literatura latinoamericana? En muchos momentos del encuentro, sobre todo en una sesión memorable en la que Daniel Mordzinski aplicaba su talento para reunir en una foto a los 39 escritores, terminamos señalando a un punto hacia nuestra izquierda, lo que resultaba inquietante porque para el público significaba girar hacia la derecha. En resumen: la literatura latinoamericana va hacia distintos puntos, depende desde donde se la mire, y en cualquier caso va hacia adelante. Hay visiones negras, como la que planteó Roberto Bolaño años atrás en Sevilla, o visiones críticas, como la del periodista Jean François Fogel, que en su acucioso blog se refirió a Bogotá 39 como “el beso de la muerte”. No se refería a la película de Henry Hathaway sino a que los seleccionados debían cumplir con la calidad prometida, de lo contrario morirían en el intento (confieso que, recordando a Fogel, me pasé los días del encuentro aterrado de subirme a un taxi para que no se repitiera el accidente casi mortal que había tenido el año 92 en mi última visita a Bogotá). Pero también se contó con la visión de los lectores que, libro en mano, pedían un autógrafo o comentaban su lectura al autor.
Más que los lectores, los medios exigían una brújula que simplifique la literatura de decenas de países y millones de hispanohablantes y lo que Bogotá 39 cumplió fue seguir mareando la brújula para evitar los tópicos. La necesidad de booms literarios sucesivos o la expectativa de una lectura consecutiva y generacional es el peor error de interpretación de la literatura latinoamericana. La perspectiva realista es más bien plural y habla de líneas paralelas. No habrá nunca otro Boom pero sí una decena de tradiciones literarias que siguen más activas que nunca conjugando todos los matices del idioma. Y cómo muestra quedan los cuatro días de Bogotá 39 en los que llegaron a realizarse varias mesas redondas simultáneas en distintos puntos de la ciudad, en universidades, colegios, bibliotecas y centro culturales. Habría sido necesario por parte de los lectores el don de la ubicuidad para asistir a cada mesa redonda, mientras la realidad les imponía elegir sólo una por vez.
Decía, exageraba Mallarmé que el mundo fue creado para terminar en un libro. Al parecer la literatura latinoamericana ha sido creada para terminar en antologías. Durante la última década se han realizado antologías que ponen en movimiento las propuestas de los nuevos autores latinoamericanos: McOndo, Las Horas y las Hordas, Líneas Aéreas, Pequeñas resistencias, entre otras. La inclusión o exclusión, a pesar de lo que se diga, suele ser una oportunidad y a veces, de manera inesperada, un problema. Menciono la exclusión, porque quienes no llegan a estar en una antología destacan por su ausencia en una forma discreta de prestigio. Y la inclusión, en cambio, no siempre es positiva. Al menos así lo entendí cuando me enteré en Bogotá de la anécdota que le ocurrió al poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar. Al parecer el poeta detuvo un taxi para volver a su casa. El taxista le preguntó si él era Jaime Jaramillo Escobar. El poeta, nada acostumbrado a que lo reconozcan en la calle, respondió que sí. Le debo pedir que se baje de mi taxi, dijo el taxista. Intrigado, el poeta le preguntó cuál era el motivo. Mire, le explicó el taxista, nos hicieron estudiar un poema suyo en el colegio, y yo, por no haber respondido bien sobre ese poema no aprobé el examen, por ese examen perdí el año, y por haber perdido ese año no pude pasar a la universidad y tuve que dedicarme al taxi. Ahora dígame ¿cómo quiere que lo lleve?

La Revista (El Universo) domingo 20 septiembre 2007

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