sábado, septiembre 19, 2009

El gesto de Onetti

En realidad no fue uno, sino dos gestos. En uno estaba implicado José María Arguedas, en el otro Julio Cortázar. Podrían mantenerse aislados, pero valga ahora la celebración del centenario del nacimiento del escritor uruguayo, Juan Carlos Onetti, y esa otra fecha contrapuesta, que discurrirá reservada, como lo son los cuarenta años del suicidio de Arguedas, para reunirlos en esa órbita literaria que siempre permite conciliar espacios contrapuestos, acaso crear uno nuevo donde la mirada siga descubriendo más que paralizarse con la celebración formal. En su momento, Arguedas y Cortázar fueron parte de un debate, siempre reencarnado e inútil, entre escritores provincianos y universales, amateurs y profesionales. El testimonio de esa polémica consta en los diarios incluidos en la última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo; polémica dolorosa porque así lo refleja la turbación del novelista peruano en los diarios en cuestión, testimonio de sus problemas al escribir sobreponiéndose a una crisis vital que lo llevaría al suicidio, y porque Cortázar lamentaría el malentendido.

¿Qué papel cumple Onetti? Esto lo reveló en su momento Eduardo Galeano, cuando, publicada póstuma la novela de Arguedas, le contó a Onetti que el peruano lo recordaba con admiración. Ese recuerdo está en los mismos diarios de los zorros, donde Arguedas dice: “Onetti tiembla en cada palabra, armoniosamente; yo quería llegar a Montevideo entre otras cosas para saludarlo, para tomarle la mano con que escribe”. Galeano cuenta que, al poco de haberse quedado callado, descubrió unas lágrimas en el rostro de Onetti.

Por lo que sé, es el único testimonio sobre Onetti llorando. Pero hay otro que se refiere más bien a una reacción eufórica. La menciona Omar Prego en su libro de entrevistas a Julio Cortázar, donde ambos verifican lo que había hecho Onetti, luego de leer ese largo cuento de Cortázar, “El perseguidor”. Conmocionado por lo que le ocurre al conflictivo personaje del músico Johnny Carter, que deambula en un mundo paralelo que no puede trasladar del todo a este en el que deambulamos, Onetti se dirigió al baño de su casa y dio un golpe en el espejo. Nada se dice de lo que vio en el espejo, o del resultado del golpe o de la mano de Onetti. Nada de eso sabemos. Pero ahora que es el aniversario de Onetti y que de una buena vez se han reeditado sus novelas, como La vida breve, El astillero o Dejemos hablar al viento, me resultan de una gracia y de una transparencia contundente los dos gestos del gran huraño de la literatura latinoamericana que nunca quiso retratar la realidad pero que tampoco le dio la espalda, sino que apostó por escribir con una tesitura anfibia, mitad carne, mitad delirio. Así escribió esa prosa que Arguedas caló tan bien y que repito para que siga resonando como merece: “Onetti tiembla en cada palabra, armoniosamente”. Los gestos del escritor uruguayo, con su reserva y su arrebato, son un anticipo de lo que encontrará el lector que todavía no lo ha leído. No será fácil entrar en su mundo, nunca lo fue, pero el alto precio vale la pena.

Leonardo Valencia

Publicado en El Universo (Ecuador), 15 de septiembre de 2009

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