martes, febrero 01, 2011

Las novelas de Tralfamadore


Si hay un escritor al que le debemos una perspectiva inesperada de Guayaquil no se trata de ninguno de aquellos que se preocuparon por recuperar o fijar o edificar su identidad o su jerga, sino de uno que más bien terminó destruyendo la ciudad. Me refiero a Kurt Vonnegut y su novela titulada Galápagos. Por supuesto, mis razones pueden no ser las de un lector que se preguntará por qué y para qué destruir una ciudad en la ficción. Las mías radican en que Vonnegut le quitaba de un plumazo a la labor del novelista ese aire bien pensante, pacato, de pretender ser alguien provechoso, ceñido a la versión oficial o única. No, el escritor no está hecho para recibir medallitas e ilustrar nuestras expectativas, sino para sabotearlas. Los escritores literarios que se convierten en piezas dóciles de gobiernos, iglesias o mercados, se eclipsan en una especie de rumor de fondo intercambiable para rellenar casillas de consumo o exhibición.

Vonnegut lo tuvo muy claro. Su mirada llegó tan lejos como para apropiarse del lema de Mallarmé: la destrucción fue mi Beatriz. Esta enseña de libertad no supedita al escritor a la realidad sino a su transformación metafórica. En otra de sus grandes novelas, Matadero Cinco, en torno a la Segunda Guerra Mundial y el bombardeo de Dresde, Vonnegut relata el descubrimiento alucinado de su protagonista, Billy Pilgrim, de un planeta, Tralfamadore, donde sus habitantes leen novelas que no se parecen a las terrícolas. Billy las alcanza a ver pero no las entiende: están escritas como telegramas separados por asteriscos. En ellas no hay principio ni mitad ni terminación ni suspenso ni moral ni causas ni efectos. Son el prisma de esa discontinuidad que el mismo Vonnegut construyó tan bien en Matadero Cinco y que en Galápagos lanza a su narrador a millones de años en el futuro. Romper lo que Virginia Woolf llamó el “ferrocarril formal de la frase”, esa linealidad a las que nos constriñe el lenguaje, palabra tras palabra, ha sido el reto de estos novelistas que rompen frente a la realidad. Quizá necesitamos más novelas de este tipo, que alertan al lector sobre sus procesos de conciencia, nunca lineales, sino más bien plurales. ¿Incomoda que se quiebren los relatos lineales? Por supuesto, como incomoda siempre la ampliación del matiz, de una o varias voces disidentes, las que no permiten pasar tan rápido sobre lo visto o que no aceptan un sólo relato. De allí que leer novelas creativas sea una pauta realmente revolucionaria y crítica. Quizá porque las verdaderas revoluciones no son monotemáticas sino que se basan en su forma inestable, inquietante, de la que el lector vuelve enriquecido y no se resigna a un no o a un sí. Las novelas divierten, por supuesto, pero tengamos en cuenta que son diversiones, son otras versiones, son el alejamiento de la versión única.

No hay ningún aniversario ad portas de Vonnegut. Basta celebrar su lectura gozosa y cómica para iniciar en la fiesta a lectores agobiados con tanto blanco y negro, tanto sí o no, para abrirse a un también, a un a lo mejor, a un quizás.

El Universo (Ecuador) 1.2.2011


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